viernes, 5 de agosto de 2016

Santander Laredo bajo el agua (y bajo las rocas)

Distancia: 21 millas
5h 16min
Velocidad media: 4 nudos
Velocidad máxima: 5,1nudos

El domingo 31 de julio, San Ignacio, hemos llevado el Savreh a Laredo para un crucero  en familia de cuatro días por las marismas de Santoña. 
El día anterior instalé el nuevo cañín y el camcleat  del pajarín, en la botavara que tenía las muescas desgastadas y ya no mordía el cabo;  el cañín  no es telescópico como el anterior,  en realidad es para  vela ligera y mide 80cm, pero más que de sobra para llevar la caña desde las bandas.
Con Chete, un amigo, quedé a las 9:00. Bajo un persistente calabobos ahí estábamos los dos, lo primero que hicimos fue ir a la gasolinera y llenar los dos depósitos de 12 litros porque se preveía poco viento y mucho motor. Salimos de Santander a motor, solo con la mayor y siguiendo el camino más corto, pegados a las piedras, tanto que casi podíamos hablar a gritos con los pescadores que estaban en las rocas, en sitios que Dios sabe como habrían llegado hasta allí. Además, en verano, el Cabo de Ajo tiene una corriente hacia el oeste, desfavorable a nuestro rumbo, que es menos intensa en la costa.

A la altura de Cabo Quintres vino un chubasco por el oeste que nos renovó la mojadura pero nos aportó un poquito de viento para andar un rato a vela, además redujimos la velocidad de cuatro a tres nudos y picó una dorada en la cazea. Cuando estaba subiendola abordo se enganchó con el cintón y se me fue al agua, una pena porque yo me la hubiera comido allí mismo después de pasarla por la sartén. Enseguida pasó el chubasco y metimos motor de nuevo.

Pronto doblamos el Faro del Caballo que estaba lleno de gente que bajaba por los 700 escalones a darse un baño. Al fuste del faro, de sillares de piedra natural, le habían hecho una gigantesca pintada, que hay que ser hijo puta...

Sin más  novedad llegamos al puerto deportivo de Laredo, habiendo gastado tan sólo unos cuatro litros de combustible. Hicimos los papeles y nos reunimos con Mar, los niños, y la mujer y la hija de Chete que habían venido por tierra. Pasamos una tarde muy agradable juntos dando un paseo por el pueblo.
Ya de noche, y todavía lloviendo, cenamos en el barco y nos acostamos con la esperanza de que al día siguiente hiciera un poquito más de sol.





El faro del Caballo, en las faldas del monte Buciero, en Santoña

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